La noche en que Scorsese (por fin) ganó un Oscar
Tal como anticipó ayer El Impreciso, Martin Scorsese obtuvo anoche su primer Oscar. La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos saldó así su deuda con uno de los más grandes realizadores de los últimos 40 años. Luego de haber dirigido enormes películas (como Taxi Driver, Buenos Muchachos y, sobre todo, Calles salvajes y Toro salvaje), por lo menos le entregaron la estatuilla por un buen film, algo que no hubiese ocurrido con sus recientes nominaciones por Pandillas de Nueva York y El aviador. Así que, al menos por este año, podemos decir que los Oscar no son artísticamente de morondanga.
Con Los infiltrados, Scorsese confirmó algo tan viejo como el cine mismo: que con una cámara ubicada en el lugar preciso y música bien elegida alcanza para hacer una buena película. El travelling que acompaña la entrada de Jack Nicholson al mercadito con "Gimme Shelter" sonando de fondo (una de las primeras escenas del film) es un buen ejemplo en este sentido. La cinta se impuso anoche en cuatro de sus cinco nominaciones: película, dirección, guión adaptado y edición. Marty, con alguna lágrima detrás de sus enormes lentes, recibió el premio de manos de otros tres grandes: Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y George Lucas.
En las actuaciones no hubo sorpresas: sabemos que a la Academia le encantan las imitaciones, las caracterizaciones y los cambios de acento. Consecuentemente, premiaron a Helen Mirren por La reina y a Forest Whitaker por El último rey de Escocia. Alan Arkin fue el mejor actor de reparto por Pequeña Miss Sunshine y Jennifer Hudson --ganadora de "American Idol" y fiel representante del american dream-- la mejor actriz por Soñadoras.
El promocionado boom de los mexicanos fue, por suerte, apenas un bluff: Babel y Niños del hombre pasaron desapercibidas. Un poco mejor le fue a El laberinto de Fauno: ganó por maquillaje, fotografía y dirección de arte, aunque la mejor película extranjera fue la alemana Das Leben der Anderen, de Florian Henckel von Donnersmarck.
Gustavo Santaolalla volvió a ganar la estatuilla a la mejor música original, el único premio que consiguió Babel. Nos cae bien Santaolalla, y cuando subió a buscar el Oscar afloró cierto espíritu patriotero y se nos dibujó una sonrisa. Pero también es cierto que su música colaboró con la insoportabilidad de la película. Otra sonrisa nos había arrancado un rato antes Ennio Morricone, cuando Clint Eastwood le entregó un Oscar honorario por su trayectoria.
Una de las sorpresas de una noche sin sorpresas fue la derrota de Cars como mejor película animada frente a Happy Feet, el pingüino, de George Miller (¿otro mérito de Kirchner?). Como no podía ser de otra manera, en la autodenominada primera gala "verde" de los Oscar Al Gore se llevó dos estatuillas: La verdad incómoda como mejor documental y I Need to Wake Up, de Melissa Etheridge, como canción original. Más allá de esta eterna corrección política de la Academia, nos gustó además el premio al vestuario para María Antonieta, de Sofía Coppola, una película subvalorada por la crítica.
No le prestamos demasiada atención al insoportable e interminable tránsito de las estrellas por la alfombra roja (¿alguien le va a decir alguna vez a la insufrible Ana María Montero, la de TNT, que sólo con hablar inglés no alcanza?). Muchos menos nos vamos a dedicar a analizar quiénes fueron los peor y mejor vestidos. Pero ante la ausencia de Jennifer Connelly (si estuvo, no la vi) podemos decir que las más lindas de la noche fueron Helen Mirren y Diane Keaton, que anunció el premio a la mejor película junto al gran --y ahora rapado-- Jack. Sí, ya se que podrían ser mis abuelas, pero qué bien le pasan los años a estas dos señoras.
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