God save the Queen
La escena inicial deja en claro cómo serán los noventa y pico de minutos que siguen. La Reina está mirando por televisión las noticias sobre el triunfo de Tony Blair en las elecciones para Primer Ministro mientras un artista negro la retrata en un lienzo. Ella le pregunta si ya votó y él le responde que sí, pero que no lo hizo por Blair. "Le envidio el poder votar", dice ella. "Por la pura alegría de ser parcial", agrega. "Sí. Por supuesto uno olvida que como soberana no se le permite votar", comenta él. Y añade, con una sonrisa: "Puede ser que no se le permita votar, señora, pero es su gobierno". Y cierra ella, también con una sonrisa: "Sí... Supongo que eso es algún consuelo".
La escena juega con aquello de quién reina y quién gobierna, tema que estará presente en el resto de la película. Pero también redunda en explicarnos que la Reina Isabel no puede votar. Así es La Reina: un filme redundante, que remarca demasiado algunos conceptos. Las figuras y alegorías que inundan la película suelen ser un tanto obvias (como el encuentro con el ciervo en medio del campo) y varios diálogos se vuelven innecesarios (como cuando la esposa le recuerda a Blair su cambio de postura con respecto a la Corona). Aunque lo aparenta, La reina no es tan sutil como parece.
La película no es un biopic. Sólo se cierne a un momento determinado de la vida de la Reina: la semana posterior a la muerte de Lady Di. Como Blair durante aquellos días, la película va girando a medida que avanza el relato. Comienza siendo muy dura con Isabel y el Primer Ministro, pero luego recula y plantea una especie de empate técnico que deja conformes a todos: la monarca comprende que debe modernizarse y el político, lo necesario de la Corona.
Otro de los desaciertos parece obra del Stephen Frears: lo que podría haber sido una mirada intimista sobre la vida en el Palacio de Buckingham no pasa de ser un relato convencional que recurre en exceso a contarnos lo que ocurre puertas afuera. El trabajo de dirección jamás despega de lo convencional y por momentos se acerca demasiado a los códigos televisivos.
Aunque a priori se pueda prever aburrido y solemne (sobre todo en países como el nuestro, donde todo lo relacionado con las monarquías suena tan lejano), el film entretiene. Incluso algunas secuencias causan gracia, sobre todo aquellas en las que Isabel parece desconectada del resto del mundo. Helen Mirren está --otra vez-- espléndida, trabajo por el que seguramente recibirá mañana su primer Oscar. Otro que destaca es Michael Sheen como Blair, papel que ya había interpretado en el telefilme The Deal (2003), también dirigido por Frears y escrito por Peter Morgan.
LA REINA |
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